Túpac Amaru II e Zumbi mereciam um lugar ao lado dos
grandes navegadores. No entanto, os seus nomes não vêm nos manuais. O primeiro
foi, como aqui se diz, «um caudilho indígena líder da maior rebelião
anticolonial que se deu na América durante o século XVII». À chegada dos
espanhóis, o império inca estendia-se por um vasto território que compreende
hoje países como o Peru, a Bolívia e o Equador, parte da Colômbia e do Chile,
até ao norte da Argentina e à selva brasileira. Nuestros hermanos arrasaram esta
ancestral civilização. Os índios foram transformados no «combustível do sistema
produtivo colonial» (Darcy Ribeiro), atirados para as minas de ouro e de prata
onde trabalhavam até a morte os libertar. Em 1781, Túpac Amaru II,
descendente do imperador com o mesmo nome que os espanhóis haviam executado no
século XVI, encabeçou um movimento revolucionário que pretendia libertar os
escravos, acabar com a exploração de mão-de-obra indígena e abolir os impostos.
O fim da mita (ver aqui) era um dos objectivos da revolução. Eduardo Galeano
recorda os últimos dias do herói esquecido:
Al frente de sus guerrilleros, el caudillo se lanzó sobre
el Cuzco. Marchaba predicando arengas: todos los que murieran bajo sus órdenes
en esta guerra resuscitarían para disfrutar las felicidades y las riquezas de
las que habían sido despojados por los invasores. Se sucedieron victorias y
derrotas; por fin, traicionado y capturado por uno de sus jefes, Túpac Amaru
fue entregado, cargado de cadenas, a los realistas. En su calabozo entró el
visitador Areche para exigirle, a cambio de promesas, los nombres de los
cómplices de la rebelión. Túpac Amaru le contestó com desprecio: «Aquí no hay
más cómplices que tú y yo; tú por opresor, y yo por libertador, merecemos la
muerte».
Túpac fue sometido a suplicio, junto com su esposa, sus
hijos y sus principales partidários, en la plaza del Wacaypata, en el Cuzco. Le
cortaron la lengua. Ataron sus brazos y sus piernas a cuatro caballos, para
descuartizarlo, pero el cuerpo no se partió. Lo decapitaron al pie de la horca.
Enviaron la cabeza a Tinta. Uno de sus brazos fue a Tungasuca y el outro a
Carabaya. Mandaron una pierna a Santa Rosa y la outra a Livitaca. Le quemaron el torso y arrojaron las
cenizas al río Watanay. Se recomendó que fuero extinguida toda su
descendencia, hasta el cuarto grado. (Las Venas Abiertas de América Latina, p.
66)
Mais a norte, sob regência portuguesa, Zumbi tornou-se
conhecido ao liderar o movimento de resistência do Quilombo dos Palmares.
Situado no nordeste brasileiro, este reinado independente habitado por escravos
fugidos das fazendas de açúcar tinha uma área próxima à do território português
actual. Diversas investidas, tanto por parte de holandeses como dos portugueses,
tentaram derrubar aquela espécie de estado tribal. Zumbi deu seguimento à
resistência de Ganga Zumba até ao dia 20 de Novembro de 1695.
La abundancia de alimentos de Palmares contrastaba com las
penurias que, en plena prosperidad, padecían las zonas azucareras del litoral.
Los esclavos que habían conquistado la libertad la defendían con habilidad y
coraje porque compartían sus frutos: la propiedad de la tierra era comunitária y
no circulaba el dinero en el estado negro. «No figura en la historia universal
ninguna rebelión de esclavos tan prolongada como la de Palmares. La de
Espartaco, que conmovió el sistema esclavista más importante de la antigüedad,
duró dieciocho meses» (Décio de Freitas). Para la batalla final, la corona portuguesa
movilizó el mayor ejército conocido hasta la muy posterior independencia de
Brasil. No menos de diez mil personas defendieron la última fortaleza de
Palmares; los sobrevivientes fueron degolados, arrojados a los precipícios o vendidos
a los mercaderes de Río de Janeiro y Buenos Aires. Dos años después, el jefe
Zumbi, a quien los esclavos consideraban inmortal, no pudo escapar a una
traición. Lo acorralaron en la selva y le cortaron la cabeza. Pero las
rebeliones continuaron. No passaria mucho tiempo antes de que el capitán
Bartolomeu Bueno Do Prado regresara del río das Mortes com sus trofeos de la
victoria contra una nueva sublevación de esclavos. Traía tres mil novecientos
pares de orejas en las alforjas de los caballos.
Eduardo Galeano, in Las Venas Abiertas de América Latina,
Siglo Veintiuno Editores, 2010, pp- 113-114.
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